|
Es
profesor emérito del Departamento de Lingüística y Filosofía del MIT.
Reconocido como renovador de la lingüística contemporánea, es el autor
vivo más citado, el intelectual público más destacado de nuestro tiempo y
una figura política emblemática de la resistencia antiimperialista
mundial. El texto aquí traducido procede de una conferencia dictada en Amsterdam el pasado mes de marzo Publicado en E-LINEAS. Abril 2011
El levantamiento democrático en el mundo árabe ha
sido un espectacular ejercicio de coraje, dedicación y compromiso de las
fuerzas populares que ha venido fortuitamente a coincidir con una
notable rebelión de decenas de millares de personas a favor del pueblo
trabajador y de la democracia en Madison, Wisconsin, y otras ciudades
norteamericanas.
Hay que decir, empero, que si las trayectorias de
las revueltas en El Cairo y en Madison llegaron a intersectar, estaban
aproadas en sentido opuesto: mientras en El Cairo se encaminaban a la
conquista de derechos elementales negados por la dictadura, en Madison
apuntaban a la defensa de derechos que habían sido conquistados con
largas y duras luchas y que ahora están sometidos a un desapoderado
asalto.
Uno y otro caso son un microcosmos de tendencias
presentes en la sociedad global que siguen una variedad de cursos. La
cosa no ofrece duda: tendrán consecuencias de largo alcance. Tanto lo
que ahora mismo está aconteciendo en el decadente corazón industrial del
país más rico y poderoso de la historia humana, como lo que está
pasando en lo que el presidente Dwight Eisenhower llamó "el área
estratégicamente más importante del mundo" ("una estupenda fuente de
poder estratégico" y "probablemente el mayor premio económico del mundo
en el campo de la inversión extranjera", en palabras del Departamento de
Estado de los años 40, un premio que los EEUU trataron de reservarse en
exclusiva, para sí propios y para sus aliados, en el incipiente Nuevo
Orden Mundial de la época).
A despecho de todos los cambios habidos desde
entonces, se puede razonabilísimamente suponer que los actuales
decisores políticos mantienen básicamente su adhesión al juicio del
influyente asesor del presidente Franklin Delano Roosevelt, A.A. Berle,
según el cual ese control de las incomparables reservas energéticas del
Oriente Próximo traería consigo "un control substancial del mundo". Y
análogamente y por contraste, que la pérdida de ese control amenazaría
el proyecto de dominación global claramente articulado durante la II
Guerra Mundial y persistentemente mantenido aun frente a los decisivos
cambios experimentados por el mundo desde entonces.
Desde que rompió la Guerra en 1939, Washington
anticipó que ésta terminaría con los EEUU en una posición de supremacía.
Funcionarios de alto nivel del Departamento de Estado y especialistas
en política exterior se reunieron repetidamente durante la Guerra a fin
de diseñar planes para el mundo de postguerra. Perfilaron una "Gran
Área" que los EEUU tenían que dominar, y que incluía el Hemisferio
Occidental, el Extremo Oriente y el antiguo Imperio Británico, con sus
recursos energéticos del Oriente Próximo.
Cuando Rusia comenzó a demoler los ejércitos nazis
luego de la batalla de Stalingrado, los objetivos de la Gran Área
comenzaron a extenderse hasta abarcar la mayor zona posible de Eurasia, y
al menos su núcleo económico en Europa Occidental. Dentro de la Gran
Área, los EEUU mantendrían un "poder indiscutible", con "supremacía
militar y económica", al tiempo que se asegurarían de "limitar el
ejercicio de la soberanía" de los estados capaces de interferir en los
propósitos globales estadounidenses. Los circunstanciados planes del
tiempo de guerra no tardaron en ponerse por obra.
Siempre se reconoció que Europa podría optar por un
curso independiente. La OTAN se concibió en parte para contrarrestar la
amenaza de esa independencia. No bien se disolvió en 1989 el pretexto
oficial que había dado lugar a la OTAN, la OTAN se expandió hacia el
este, en flagrante violación de las promesas verbales hechas al
dirigente soviético Mijail Gorbachov. Desde entonces, se ha convertido
en una fuerza de intervención manejada por los EEUU.
El amplísimo radio de acción que se arroga lo
expresó bien el secretario general de la OTAN, Jaap de Hoop Scheffer, al
informar en una conferencia de la organización que "las tropas de la
OTAN tienen que vigilar los oleoductos que transportan petróleo y gas en
dirección a Occidente", y más en general, proteger las rutas navales
utilizadas por los cargueros y otras "infraestructuras cruciales" del
sistema energético.
Las doctrinas de la Gran Área dan manifiesta
licencia para la intervención militar arbitraria. Eso quedó patentemente
sentado bajo la administración Clinton, que proclamó el derecho de los
EEUU a servirse de la fuerza militar para garantizar el "acceso
irrestricto a mercados clave, suministros energéticos y recursos
estratégicos", y urgió a mantener "desplegadas hacia Europa y Asia
enormes fuerzas militares, "a fin de modelar las opiniones de la gente
sobre nosotros" y de "modelar los acontecimientos que afecten a las
probabilidades de nuestra seguridad".
Idénticos principios rigieron la invasión de Irak. A
medida que se ha ido haciendo evidente la incapacidad de los EEUU para
imponer su voluntad en Irak, los objetivos reales de la invasión no
pueden seguir camuflándose tras una retórica encandilante. En noviembre
de 2007, la Casa Blanca emitió una Declaración de Principios exigiendo
que las fuerzas estadounidenses se mantuvieran indefinidamente en Irak y
ligando la suerte de ese país al privilegio de inversores
norteamericanos.
Dos meses después, el presidente Bush informaba al
Congreso de que vetaría la legislación que pudiera poner límites al
permanente estacionamiento de las Fuerzas Armadas estadounidenses en
Irak o "al control, por parte de los EEUU, de los recursos petrolíferos
de Irak": unas exigencias que los EEUU tuvieron que abandonar, a la
vista de la resistencia iraquí.
En Túnez y Egipto, los recientes levantamientos
populares han ganado imponentes batallas, pero, como informaba el
Carnegie Endowment, aunque los nombres han cambiado, los regímenes
permanecen: "Un cambio en las elites dominantes y en el sistema de
dominación es todavía una meta lejana". El informe analiza los
obstáculos internos atravesados en el camino de la democracia, pero
ignora los exteriores, que, como siempre, son significativos.
Los EEUU y sus aliados occidentales están resueltos
a hacer todo lo que puedan para prevenir una auténtica democracia en el
mundo árabe.
Para entender por qué, basta echar una ojeada a las
encuestas de opinión realizadas en el mundo árabe por las agencias
norteamericanas de sondeos. Aunque se ha hecho poca publicad de sus
resultados, no por eso dejan de ser conocidos por los planificadores
estadounidenses. Revelan que mayorías abrumadoras de árabes ven a los
EEUU y a Israel como las mayores amenazas a que se enfrentan: así ven a
los EEUU el 90% de los egipcios, y en el conjunto de la región, un 75%
de los encuestados.
Algunos árabes ven como amenaza a Irán: un 10%. La
oposición a la política de los EEUU es tan fuerte, que una mayoría cree
que la seguridad mejoraría si Irán dispusiera de armamento nuclear (eso
cree, por ejemplo, el 80& de los egipcios). Otros cuadros de opinión
arrojan resultados semejantes. Si la opinión pública pudiera influir en
las decisiones, los EEUU no sólo no podrían controlar la región, sino
que serían expulsados de ella junto con todos sus aliados, lo que
socavaría los principios fundamentales de la dominación global.
La mano invisible del poder
El apoyo a la democracia es la provincia de los
ideólogos y los propagandistas del sistema. En el mundo real, el asco
que por la democracia siente la elite es la norma. Son abrumadoras las
pruebas de que la democracia sólo es apoyada mientras pueda contribuir a
objetivos sociales y económicos, una conclusión a la que
reluctantemente llegan los académicos más serios.
El desprecio de la elite por la democracia se
reveló espectacularmente en la reacción a las filtraciones de WikiLeaks.
Las que mayor atención recibieron, con comentarios rayanos en la
euforia, fueron los cables en los que se informaba del apoyo de los
árabes a la posición de los EEUU frente a Irán. La referencia, claro,
era a los dictadores árabes. Las actitudes de la opinión pública ni
siquiera recibían mención. El principio rector fue claramente sentado
por el especialista del Carnegie Endowment para Oriente Próximo, Marwan
Muasher, un ex alto funcionario del estado jordano: "Nada va mal, todo
está bajo control". En suma: si los dictadores nos apoyan, ¿qué tendría
que preocuparnos?.
La doctrina Muasher es racional y venerable. Para
reducirnos a un solo caso hoy particularmente pertinente, en un debate
interno habido en 1958 el presidente Eisenhower manifestó su
preocupación por la "campaña de odio" contra nosotros librada en el
mundo árabe, no por los gobiernos, sino por las poblaciones. El Consejo
Nacional de Seguridad (NSC, por sus siglas en inglés) explicó que en el
mundo árabe se tenía la percepción de que los EEUU apoyaban a los
dictadores árabes y bloqueaban la democracia y el desarrollo para
asegurarse el control de los recursos de la región.
Por lo demás, esa percepción es básicamente
correcta, concluía el NSC, y eso es lo que tenemos que hacer, secundar
la doctrina Muasher. Estudios realizados por el Pentágono luego del 11
de septiembre confirmaron que lo mismo vale para hoy.
Es normal que los vencedores arrojen la historia al
basurero, mientras las víctimas se la toman muy en serio. Unas breves
observaciones sobre este importante asunto acaso resulten aquí de
utilidad. No es la primera vez que Egipto y los EEUU se enfrentan a
problemas similares y se mueven en direcciones opuestas. Ya ocurrió
también a comienzos del siglo XIX.
Los historiadores económicos suelen sostener que
Egipto estaba bien situado para emprender un rápido crecimiento
económico al mismo tiempo que los EEUU. Ambos países disponían de una
rica agricultura, incluido el algodón, combustible de la primera
revolución industrial: pero, a diferencia de Egipto, los EEUU tenían que
desarrollar la producción de algodón y una fuerza de trabajo mediante
la conquista, el exterminio y la esclavitud, con consecuencias que
resultan evidentes todavía hoy en las reservas para supervivientes y en
las cárceles que han proliferado rápidamente desde los tiempos de Reagan
para albergar a la población que la desindustrialización neoliberal
hizo sobrera.
Una diferencia fundamental fue que los EEUU
lograron su independencia, lo que les dio libertad para ignorar las
prescripciones de la teoría económica, impartidas en la época por Adam
Smith en unos términos parecidos a los que ahora se predican para las
sociedades en vías de desarrollo. Smith urgió a las colonias emancipadas
a producir materias primas para la exportación e importar, en cambio,
superiores manufacturas británicas, y desde luego, a no tratar de
monopolizar bienes cruciales, singularmente el algodón. Cualquier otra
senda, advirtió Smith, "lejos de acelerar, retrasaría el ulterior
incremento del valor de su producción anual, y lejos de promover,
obstruiría el progreso de su país hacia una riqueza y una grandeza
reales".
Lograda su independencia, las colonias fueron
libres para ignorar este consejo y emprender, en cambio, el curso
seguido por Inglaterra, el curso, esto es, de un estado independiente
capaz de promover públicamente su propio desarrollo con elevadas tarifas
arancelarias pensadas para proteger a su industria de las exportaciones
británicas -por lo pronto, los textiles; luego, el acero y otros
productos- y para poner por obra muchos otros mecanismos aceleradores
del desarrollo industrial. La República independiente buscó hacerse
también con el monopolio del algodón, a fin de "poner a todas las demás
naciones a nuestros pies", señaladamente al enemigo británico, como no
se privaron de declarar los presidentes jacksonianos al conquistar Texas
y la mitad de México.
En el posible camino análogo de Egipto se atravesó,
empero, la potencia británica. Lord Palmerston declaró que "ninguna
idea de equidad puede ser obstáculo en el discurrir de intereses tan
grandes y supremos" como los británicos en su afán de preservar su
hegemonía económica y política. Lo declaró expresando, de pasada, su
"odio" hacia el "bárbaro ignorante" de Muhammed Ali, que se había
avilantado a proponer un curso independiente, y desplegando la flota y
el poder financiero británicos para poner fin a la lucha de Egipto por
la independencia y el desarrollo económico.
Luego de la II Guerra Mundial, cuando los EEUU
desplazaron a Gran Bretaña de la hegemonía global, Washington adoptó la
misma posición, dejando claro que los EEUU no proporcionarían la menor
ayuda a Egipto, a menos que acatara las normas usaderas para los
débiles, normas, dicho sea de paso, que los EEUU siguieron violando,
imponiendo elevados aranceles al algodón egipcio y causando una
debilitadora escasez de dólares. La interpretación habitual de los
principios del mercado.
Difícilmente sorprenderá, pues, que la "campaña de
odio" contra los EEUU que preocupaba a Eisenhower se base en la
percepción de que los EEUU apoyan a dictadores y bloquean la democracia y
el desarrollo, como hacen también sus aliados.
Ha de añadirse en defensa de Adam Smith que sí se
percató claramente de lo que ocurriría si Gran Bretaña seguí las reglas
de la teoría económica al uso, que ahora llamamos "neoliberalismo".
Alertó de que si las industriales, los comerciantes y los inversores
británicos se abrían al mundo, podrían sacar beneficios, pero Inglaterra
sufriría. Pero sintió que se dejarían guiar por un sesgo nacional, como
si por una mano invisible a Inglaterra no le estuvieran reservados los
desquites de la racionalidad económica.
El paso es difícil de olvidar. Es la única vez en
que aparece la célebre frase de la "mano invisible" en toda la Riqueza
de las naciones. El otro fundador de la economía clásica, David Ricardo,
sacó parecidas conclusiones, en la esperanza de que el sesgo nacional
llevaría a los hombres de propiedad a "contentarse con las baja tasas de
beneficio en su propio país, antes que a buscar un empleo más ventajoso
de su riqueza en las naciones extranjeras"; sentimientos., éstos, que,
añadía, "lamentaría ver debilitados". Predicciones aparte, los instintos
de los economistas clásicos rebosaban de buen sentido.
Las "amenazas" iraní y china
El levantamiento por la democracia en el mundo
árabe se compara a veces con el registrado en la Europa del este en
1989, pero con razones harto dudosas. En 1989, el levantamiento
democrático fue tolerado por los rusos, y apoyado por las potencias
occidentales conforme la doctrina asadera: se acomodaba patentemente a
los objetivos económicos y estratégicos, lo que hizo de él un logro
nobilísimo, honrado por doquiera, a diferencia de las luchas que
paralelamente se desarrollaban en América Central por la "defensa de los
derechos fundamentales del pueblo", en palabras del Arzobispo de El
Salvador, uno de los centenares de miles de víctimas de las fuerzas
militares armadas y entrenadas en Washington. No había Nunkun Gorbachov
en Occidente durante esos horrendos años, y sigue sin haberlo. Y las
potencias occidentales siguen siendo hostiles a la democracia en el
mundo árabe por muy buenas razones.
Las doctrinas de la Gran Área siguen aplicándose a
las crisis y a las confrontaciones de nuestros días. En los círculos
occidentales de toma de decisiones políticas, lo mismo que entre los
comentaristas políticos, se considera que, por lo mismo que la amenaza
iraní representaría el mayor peligro para el orden mundial, la política
exterior de los EEUU debería centrarse primordialmente allí, dejando a
la política exterior europea el papel de las educadas negociaciones
diplomáticas.
Ahora bien; ¿en qué consiste exactamente la amenaza
iraní? El Pentágono y los servicios de inteligencia estadounidenses nos
proporcionan una autorizada respuesta. En sus informes del año pasado
sobre la seguridad global, dejaron claro que la amenaza no es de
naturaleza militar. El gasto militar iraní es "relativamente bajo en
comparación con el resto de la región", concluían. Su doctrina militar
es estrictamente "defensiva, concebida para frenar una posible invasión y
forzar a una solución diplomática de las hostilidades". Irán sólo tiene
"una capacidad limitada de proyectar su fuerza más allá de sus
fronteras". Respecto de la opción nuclear, "el programa nuclear de Irán,
y su disposición a mantener abierta la posibilidad de desarrollar
armamento nuclear, es una parte central de su estrategia de disuasión".
Hasta aquí las citas.
El brutal régimen clerical iraní, la cosa no ofrece
duda, representa una amenaza para su propio pueblo, pero difícilmente
puede decirse que sobrepasa en esta materia a los aliados de los EEUU.
Mas la amenaza radica en otra parte, y es, en efecto, ominosa. Un
elemento de ella es la capacidad potencial iraní para la disuasión, un
ilegítimo ejercicio de soberanía que podría interferir en la libertad de
acción de los EEUU en la región. Resulta manifiestamente obvio porqué
Irán busca construir una capacidad disuasoria: para explicarlo, basta
echar un vistazo a la distribución de bases militares y fuerzas
nucleares en la región.
Hace siete años, el historiador militar israelí
Martin van Creveld escribió que "el mundo ha sido testigo de cómo los
EEUU han atacado a Irak, según ha terminado por verse, sin la menor
razón para ello. Si los iraníes no trataran de construir armamento
nuclear, estarían locos de remate", sobre todo hallándose, como se
hallan, bajo constante amenaza de ataque en violación de la Carta de
NNUU. Que terminen construyéndolo o no, es una cuestión sin responder,
pero quizá sí.
Ello es que la amenaza iraní va más allá de la
capacidad disuasoria. También busca expandir su influencia en los países
vecinos, subrayan el Pentágono y los servicios estadounidenses de
inteligencia, y así, "desestabilizar" la región, como se dice en la
jerga técnica del discurso de la política exterior: la invasión y
ocupación militar norteamericanas de los vecinos de Irán es
"estabilización"; los esfuerzos de Irán por extender hacia ellos su
influencia, algo de todo punto ilegítimo.
Esos usos lingüísticos se han hecho rutinarios.
Así, el prominente experto en política exterior James Chace usaba
propiamente el término "estabilidad" en su sentido técnico, cuando
explicaba que, para lograr "estabilidad" en Chile, era necesario
"desestabilizar" el país derrocando al gobierno electo de Salvador
Allende e instalando la dictadura del general Augusto Pinochet.
Hay otras preocupaciones suscitadas por Irán dignas
de ser exploradas, pero tal vez baste lo dicho para ilustrar los
principios rectores y el estatus de que gozan en la cultura imperial.
Como subrayaron en su día los planificadores de Franklin Delano
Roosevelt en el alba del sistema mundial contemporáneo, los EEUU no
pueden tolerar "ningún ejercicio de la soberanía" que interfiera en sus
propósitos globales.
Los EEUU y Europa van a la una en punto a castigar a
Irán por su amenaza a la estabilidad, pero resulta útil recordar lo
aislados que están. Los países no alineados han apoyado vigorosamente el
derecho de Irán a enriquecer el uranio. En la región, la opinión
pública árabe es todavía más favorable al desarrollo de armas nucleares
por Irán. La mayor potencia regional, Turquía, votó contra las últimas
sanciones propiciadas por EEUU en el Consejo de Seguridad, y lo hizo
junto a Brasil, el país más admirado en el Sur. Su desobediencia fue
drásticamente censurada, y no por vez primera: Turquía fue ya agriamente
condena en 2003, cuando su gobierno secundó la voluntad del 95% de su
población y se negó a participar en la invasión de Irak, demostrando así
su débil noción de "democracia" el estilo occidental.
Luego de su fechoría en el Consejo de Seguridad el
año pasado, Turquía fue amonestada por el jefe de la diplomacia de Obama
en los asuntos europeos, Philip Gordon: tenía que "demostrar su
compromiso como socio de Occidente". Un académico que trabaja para el
Consejo de Relaciones Exteriores se preguntaba: "¿Cómo mantener a los
turcos en el sendero que les toca?". Pues obedeciendo órdenes, como
buenos demócratas.
El Brasil de Lula fue amonestado en un editorial
del New York Times: sus esfuerzos conjuntos con Turquía para abrir una
solución el problema del uranio enriquecido fuera del marco establecido
por la potencia estadounidense era una "tacha en el legado del dirigente
brasileño". En una palabra: haced lo que os decimos, a ver si no.
Una interesante luz lateral, finalmente apagada, la
ofrece el hecho de que la negociación Irán-Turquía-Brasil gozó de la
previa aprobación de Obama, presumiblemente en la idea de que
fracasaría, suministrando, así, una nueva arma contra Irán. Cuando
culminó con éxito, la aprobación trocó en censura, y Washington se
aprestó a imponer a trancas y barrancas una resolución del Consejo de
Seguridad que al final resultó tan débil, que hasta China la
suscribió: ahora se la castiga por atenerse a la letra de esa
resolución, en vez de secundar las directrices unilaterales de
Washington.
Aunque los EEUU pueden tolerar la desobediencia
turca, aun si con desaliento, China resulta harto más difícil de
ignorar. La prensa alerta de que "los inversores y los comerciantes
chinos están llenando ahora un vacío en Irán, en la medida en que las
empresas de muchas otras naciones, señaladamente europeas, se van:
preocupa especialmente la expansión de su papel dominante en las
industrias energéticas iraníes. Washington está reaccionando con un
punto de desesperación.
El Departamento de Estado advirtió a China de que
si desea ser aceptada en la comunidad internacional -un término técnico
para referirse a los EEUU a quienquiera que esté de acuerdo con ellos-,
no puede "mantenerse al margen y evadirse de las responsabilidades
internacionales, [que] están bien claras", y es a saber: secunda las
órdenes de los EEUU. Es muy poco probable que eso causara la menor
impresión en China.
Hay mucha preocupación también con la creciente
amenaza militar china. Un estudio reciente del Pentágono alertaba de que
el presupuesto militar chino se acerca a "un quinto del gasto del
Pentágono en operaciones bélicas en Irak y Afganistán", a su vez una
fracción del presupuesto militar estadounidense, huelga decirlo. La
expansión de las fuerzas militares chinas podría "cegar la capacidad de
los barcos de guerra norteamericanos para operar en aguas
internacionales fuera de sus costas", añadía el New York Times.
Fuera de las costas de China, claro está; nadie ha
propuesto todavía que los EEUU eliminen las fuerzas militares que
cierran el Caribe a los barcos de guerra chinos. La incapacidad china
para entender las reglas de la civilidad internacional queda
ulteriormente ilustrada con sus objeciones a los planes para que el
portaviones nuclear George Washington se sume a los ejercicios navales
desarrollados a unas pocas millas de la costa china, supuestamente con
capacidad para bombardear Beijing.
En cambio, Occidente comprende cabalmente que esas
operaciones estadounidenses se emprende, todas, para defender la
estabilidad y su propia seguridad. El periódico liberal de izquierda New
Republic expresa su preocupación por que "China envía diez barcos de
guerra a aguas internacionales, justo ante la isla japonesa de Okinawa".
Es una provocación, a diferencia del hecho, que ni se molesta en
mencionar, de que Washington haya convertido la isla en una gran base
militar, desafiando las vehementes protestas de la población de Okinawa:
eso no es una provocación, conforme al usadero principio de que
nosotros somos los propietarios del mundo.
Dejando de lado la arraigadísima doctrina imperial,
hay buenas razones para que los vecinos de China se preocupen por el
creciente poder militar y comercial de ésta. Y aunque la opinión pública
árabe apoya un posible programa iraní de armas nucleares, nosotros,
desde luego, no deberíamos hacerlo. La bibliografía especializada en
política internacional está llena de propuestas para evitar esa amenaza.
Una muy obvia rara vez merece discusión: trabajar a favor del
establecimiento de una Zona Libre de Armas Nucleares (ZLAN) ne la
región.
La propuesta, una vez más, nació en la conferencia
del Tratado de No Proliferación (TNP) celebrada en el cuartel general de
las Naciones Unidas el pasado mes de mayo. Egipto, en su calidad de
presidente de las 118 naciones que componen el Movimiento de No
Alineados, hizo un llamamiento para comenzar negociaciones para una ZLAN
en Oriente Próximo, como había sido acordado, también por Occidente
-incluidos los EEUU-, en la conferencia del TNP de 1995.
El apoyo internacional a esta propuesta es tan
abrumador, que Obama no tuvo otro remedio que sumarse formalmente a
ella. Buena idea, dijo Washingtn en la conferencia; pero no ahora. Los
EEUU dejaron claro, además, que Israel debería quedar al margen de eso:
no son admisibles propuestas que pretendan poner el programa nuclear
israelí bajo los auspicios de la Agencia Internacional de Energía
Atómica o que exijan información sobre "las instalaciones y las
actividades nucleares de Israel".
Baste eso para hacerse una idea del método con que se aborda el problema de la amenaza nuclear iraní.
La privatización del planeta
Aunque la doctrina de la Gran Área sigue vigente,
la capacidad para ponerla por obra ha disminuido visiblemente. La cima
del poder estadounidense se dio luego de la II Guerra Mundial, cuando
disponía literalmente de la mitad de la riqueza del mundo. Pero es, como
es natural, fue declinando, a medida que otras economías industriales
fueron recuperándose de la devastación bélica y la descolonización echó
tortuosamente andar. A comienzos de los 70, la participación de los EEUU
en la riqueza mundial había disminuido hasta el 25%, y el mundo
industrial se había hecho tripolar: Norteamérica, Europa y el Este
asiático (entonces con base en Japón).
Hubo también en los 70 un cambio drástico en la
economía estadounidense, que derivó hacia la financiarización y la
exportación de la producción. Varios factores convergieron para crear un
círculo vicioso de radical concentración de la riqueza, primordialmente
en la fracción del 1% de la población en la cúspide: básicamente, altos
ejecutivos, gestores de fondos e inversión libre y gentes por el
estilo. Eso trajo consigo la concentración del poder político, lo que a
su vez trajo consigo políticas públicas favorables al incremento de la
concentración económica; políticas fiscales, normas de gobernanza
empresarial, desregulación, etc., etc.
Entretanto, los costes de las campañas electorales
se dispararon, empujando a los partidos políticos hacia los bolsillos
del capital concentrado, crecientemente financiero: los Republicanos, a
conciencia; los Demócratas -que ahora son lo que antes solíamos llamar
Republicanos moderados-, a la zaga.
Las elecciones se han convertido en una farsa
grotesca manejada por la industria de las relaciones públicas. Tras su
victoria de 2008, Obama ganó un premio concedido por esta industria a la
mejor campaña de marketing del año.
Los ejecutivos del sector estaban eufóricos.
Explicaban en la prensa del mundo de los negocios que desde la época de
Regan habían venido haciendo publicidad de los candidatos como si de una
mercancía cualquiera se tratara, pero que la campaña de 2008 fue su
gran logro y que esa campaña cambiaría el estilo publicitario de las
direcciones de las grandes empresas.
Se espera que las elecciones de 2012 costarán 2 mil
millones de dólares, básicamente aportados por la gran empresa privada.
No puede, pues, sorprender a nadie que Obama esté eligiendo a
dirigentes del mundo de los negocios para ocupar altos cargos. La
opinión pública está enojada y frustrada, pero en tanto rijan los
principios de Muasher, eso carece de importancia.
Mientras la riqueza y el poder han ido
concentrándose en una estrecha franja, los ingresos reales del grueso de
la población se han estancado y la gente está cada vez más cargada de
horas de trabajo, de deudas y de inflación de activos regularmente
destruidos por la crisis financiera que empezó a amagar desde que el
aparato regulatorio comenzó a ser desmantelado a partir de los años 80.
Nada de eso resulta problemático para los muy
ricos, que se benefician de una póliza pública de seguros llamada
"demasiado grande para caer". Los bancos y las empresas de inversión
pueden hacer transacciones arriesgadas, con grandes rendimientos, que
cuando el sistema inevitablemente se desploma siempre pueden acudir al
papá estado para que el contribuyente los rescate, eso sí, bien asiditos
a sus ejemplares de los libros de Friedrich Hayek y Milton
Friedman.
Tal ha sido el proceso más común desde los años de
Reagan, siendo cada nueva crisis más extrema que la anterior (para el
grueso de la población, claro está). Ahora mismo, el desempleo real se
halla a niveles de la Gran Depresión para buena parte de la población,
mientras que Gdman Sachs, uno de los principales arquitectos de la
presente crisis, es más rico que nunca. Acaba de anunciar,
impertérrito, la cifra de 17,5 mil millones de dólares en concepto de
remuneraciones para sus ejecutivos en el pasado año, y el presidente de
su consejo de administración, Lloyd Blankfein, sólo en concepto de
bonos, recibirá 12,6 millones de dólares, mientras su salario base se
triplicará.
No se adelanta nada centrándose en este tipo de
hechos. Consiguientemente, la propaganda tiene que buscar otros
culpables: estos últimos meses, a los trabajadores del sector público, a
sus salariazos, a sus exorbitantes pensiones de jubilación, y así por
el estilo. Todo en la mejor tradición del imaginario
reaganitas, con mamás negras llevadas en limousinas por sus chóferes a
cobrar los cheques en las dependencias públicas de bienestar social, y
otros modelos por el estilo que no merece la pena siquiera mencionar.
Todos tenemos que apretarnos el cinturón; bueno, casi todos.
Los maestros y profesores constituyen un blanco
particularmente adecuado, como parte del deliberado empeño en destruir
el sistema público de educación, desde las guarderías de infancia hasta
las universidades, por la vía de la privatización: una vez más, una
política buena para los ricos, pero desastrosa para la población, así
como para la salud a largo plazo de la economía. Pero eso es otra de las
externalidades que hay que dejar de lado, mientras prevalezcan los
principios del mercado.
Otro blanco estupendo: los inmigrantes. Eso ha sido
así a lo largo de la historia de los EEUU, más aún en tiempos de crisis
económica, pero ahora exacerbado por un sentido de que nuestro país nos
está siendo arrebatado: la población blanca pronto será una minoría. Se
puede entender el miedo de individuos que se sienten agraviados, pero
la crueldad de las políticas migratorias resulta estupefaciente.
¿Qué inmigrantes se convierten en blanco de esos
ataques? En el este de Massachusetts, que es donde yo vivo, muchos son
mayas que lograron escapar al genocidio perpetrado en los altos
guatemaltecos por los asesinos preferidos de Reagan. Otros son
mexicanos, víctimas del acuerdo NAFTA de libre comercio propiciado por
Clinton, uno de esos raros acuerdos entre gobiernos que consiguen
perjudicar a los pueblos de todos los países participantes (tres, en
este caso: EEUU, México y Canadá).
Cuando el NAFTA fue aprobado en el Congreso contra
las objeciones populares en 1994 fue cuando Clinton inició también la
militarización de la fontera entre México y los EEUU, antes
razonablemente abierta. Sabiendo que los campesinos mexicanos no podrían
competir con el agronegocio públicamente subsidiado en los EEUU
y que las empresas mexicanas no sobrevivirían a la competencia de
las trasnacionales estadounidenses. Transnacionales a las que debe
considerarse como "nacionales", conforme al falso remoquete de los
acuerdos de libre comercio: un privilegio, dicho sea de paso, sólo
acordado a las personas jurídicas que son las empresas, no a las
personas de carne y hueso.
Como cabía esperar, esas medidas trajeron consigo
una correntada de refugiados caídos en la desesperación, y a la
consiguiente histeria anti-inmigratoria entre las víctimas internas de
esas mismas políticas del estado y de las grandes empresas privadas.
Algo muy parecido está ocurriendo en Europa, en
donde el racismo es probablemente más virulento que en los EEUU. Uno no
puede menos de observar con estupor cuando Italia se queja del flujo de
inmigrantes procedentes de Libia, aquel escenario del primer genocidio
posterior a la I Guerra Mundial -acontecido en el ahora liberado este
del país- a manos del gobierno fascista de Italia.
O cuando Francia, todavía hoy la principal
protectora de las brutales dictaduras que gobiernan sus antiguas
colonias, se las arregla para pasar por alto las odiosas atrocidades
sometidas por ella en África, mientras el presidente francés Nicolas
Sarkozy alerta, sombrío, sobre la "ola de inmigrantes" y Marine Le Pen
le objeta que no hace nada por prevenirla. No necesitaré mencionar a
Bélgica, que se llevaría la palma en lo que Adam Smith llamó "la salvaje
injusticia de los europeos".
El ascenso de los partidos neofascistas en buena
parte de Europa resultaría ya un fenómeno suficientemente aterrador, aun
sin necesidad de recordar lo que ocurrió en el continente en un pasado
reciente. Imaginad la reacción, si los judíos fueran expulsados de
Francia, condenados a la miseria y la opresión, y comparad con la falta
de reacción cuando eso mismo ocurre con los gitanos, la población más
brutalizada de Europa, asimismo víctima del Holocausto .
En Hungría, el partido neofascista Jobbik logró un
17% de los votos en las elecciones nacionales, algo que acaso no resulte
tan sorprendente, si se recuerda que tres cuartas partes de la
población cree estar peor ahora que bajo la dominación comunista.
Podríamos sntirse tal vez aliviados por el hecho de que en Austria el
ultraderechista Jörg Haider lograra sólo el 10% del sufragio en 2008, si
no fuera porque el nuevo Partido de la Libertad, que está todavía más a
su derecha, logró rebasar el 17%. Resulta escalofriante recordar que en
1928 los nazis consiguierion menos del 3% del sufragio en Alemania.
En Inglaterra, el Partido Nacional Británico y la
Liga de Defensa Inglesa, en la derecha ultrarracista, son fuerza
importantes. (Lo que está pasando en Holanda lo sabréis mejor vosotros
que yo.) En Alemania, [ex socialdemócrata] Thilo Sarrazin se lamenta de
que los inmigrantes estén destruyendo el país y consigue un superventas
con su lamento, mientras que la Cancillera Angela Merkel, aun condenando
el libro, declara que el multicultutralismo ha "fracasado
estrepitosamente": los turcos importados para hacer los trabajos sucios
en Alemania han fracasado en punto a volverse rubios de ojos azules,
auténticos arios.
Quienes conserven un sentido para la ironía
recordarán que benjamin Franklin, una las principales figuras de la
Ilustración, alertó de que las recientemente emancipadas colonias
norteamericanas deberían andarse con cuidado a la hora admitir la
inmigración de alemanes, porque eran demasiado morenos; y lo mismo los
suecos. Hasta bien entrado el siglo XX, los mitos ridículos sobre la
pureza anglosajona eran comunes en los EEUU, incluso entre presidentes y
otras figuras de viso. El racismo en la cultura literaria ha sido una
obscenidad insalubre; pero peor ha sido en la práctica, huelga decirlo.
Esmucho más fácil erradicar la poliomielitis que esta horrible plaga que
una y otra vez reaparece, y con mayor virulencia, en tiempos de
malestar económico.
No quiero terminar sin mencionar otra externalidad
que se pasa por alto en los sistemas de mercado: el destino de la
especie. Al riesgo sistémico en el sistema financiero puede ponerle
remedio el sufrido contribuyente, pero nadie vendrá a rescatar el medio
ambiente que está siendo devastado. Que deba se devastado, es poco menos
que un imperativo institucional. Los dirigentes empresariales que están
desarrollando campañas publicitarias para convencer a la población de
que el calentamiento global antropogénico es un bulo izquierdista
entienden perfectamente la gravedad de la amenaza, pero tienen que
maximizar sus beneficios y sus cuotas de mercado a corto plazo. Si no lo
hacen ellos, lo harán otros.
Ese círculo vicioso podría terminar siendo letal.
Para percatarse de lo perentorio del peligro, basta con echar un vistazo
al nuevo Congreso de los EEUU, entronizado por la financiación y la
publicidad empresariales. Casi todos son negacionistas climáticos. Ya
han empezado a cortar fondos destinados a medidas capaces de mitigar la
catástrofe medioambiental. Y lo que es peor: alguno de ellos se lo creen
de verdad; por ejemplo, el nuevo jefe del subcomité de medioambiente,
que va por ahí explicando que el calentamiento global no puede ser un
problema porque Dios prometió a Noé que no habría otro diluvio
universal.
Si tales cosas estuvieran pasando en algún paisito
remoto, hasta podríamos sonreírnos. Pero están pasando en el país más
rico y poderoso del mundo. Y antes de que nos entre la risa boba,
tenemos que recordar que la presente crisis económica se remonta en no
pequeña medida a la fe fanática en dogmas como el de la hipótesis de la
eficiencia de los mercados, y en general, en lo que el premio Nóbel
Joseph Stiglitz llamó hace ya 15 años la "religión" de la omnisciencia
de los mercados: una religión que impidió que los bancos centrales y los
economistas profesionales se percataran de la existencia de una enorme
burbuja inmobiliaria sin la menor base en los fundamentos de la vida
económica y que, al estallar, resultó devastadora para el conjunto de la
economía.
Todo eso, y mucho más, puede seguir su curso
mientras rija la doctrina Muashar. Mientras el grueso de la población se
mantenga pasiva, apática, entregada al consumismo o al odio contra los
vulnerables, los poderosos del mundo podrán seguir haciendo lo que les
plazca, y a los que sobrevivan a eso no les quedará sino contemplar el
catastrófico resultado.
|
|